Carlos Martel Lamas, miembro del IATEXT, cuenta su experiencia en el Programa MIRAI

26 de mayo de 2020
 

Bueno, imagino que más o menos podemos hacernos una idea de lo que significa, para un chaval de veintipocos años, el hecho de poder decirle a su familia que le han dado la oportunidad de ir una semana a Japón y experimentar de primera mano esa sociedad. Para mí, sinceramente, fue un sueño hecho realidad. Aunque, siendo sinceros, aún sigo sin creerme realmente que lo he vivido.

Tengo la suerte de poder decir que Japón, el país de los “descubrimientos infinitos” no sólo es lo que comentan, sino también puedo afirmar que es el país de las “contrastes armoniosos”. Más adelante podréis saber por qué. Puedo adelantaros que llama mucho la atención la convivencia que hay entre lo contemporáneo y lo tradicional en el país nipón.

Tokio, la capital del país de la Tierra del Sol Naciente. ¿Qué podemos imaginarnos de un lugar así? Rascacielos, calles abarrotadas, avances tecnológicos… Pero, por otra parte, junto a las cadenas de tiendas de conveniencia o de restauración podemos ver los bares que muchos podrían decir que son “de toda la vida”, o gente que iba a ceremonias oficiales con kimonos tradicionales junto a personas que iban a la última moda de Harajuku. 

Esto es algo que me gustaría destacar más que como un comentario gracioso, como algo muy positivo de lo que tenemos que tomar nota. Y es que, para la sociedad japonesa, la tradición y la modernidad son parte de una misma familia: beber del pasado (tradición) para avanzar hacia el futuro (modernidad). No dejan atrás las raíces, sino que avanzan teniendo en cuenta lo que se ha aprendido anteriormente.

De entre las cosas que viví que me llamó mucho la atención puedo destacar mucho el tema de la religión. Las Tres Grandes no son tan visibles en este país donde predominan dos religiones complementarias, casi: el budismo, nacida en la India y el shintoismo. El templo Senso-Ji de Tokio, en la zona de Asakusa, es prueba de la convivencia de estas dos religiones. En la misma zona, uno junto al otro, se encuentran un gran templo budista así como un templo shintoísta. Aunque pueda parecer que en la sociedad global contemporánea la religión toma un segundo plano en las personas, pude comprobar de primera mano cómo gran parte de los japoneses, aún trajeados y recién salidos del trabajo, acudían a los templos no solo a orar sino a pedir por suerte o salud.

Un apunte más más sobre este tema. Algo que me gusta mucho sobre las predominantes en este país es que no son religiones al uso como tal, sino que más bien son regidas por una forma de vivir en armonía con tu ambiente. 

También quiero hablar del ambiente. Pasear. Pasear por Tokio e Hiroshima es una gran experiencia. En Tokio, concretamente al salir de la estación de Shibuya, me di cuenta, rodeado de los grandes rascacielos, luces y pantallas, de lo realmente pequeño que soy. Fue muy, muy emocionante. Las noches por las calles de ambas ciudades son una cosa de otro mundo. Algo que me llamó muchísimo la atención y me enamoró un poco más si cabe de estos lugares son los colores. Los carteles de neón adornados por bombillas de todos y cada uno de los colores que se pueden imaginar. Me sentía, por primera vez desde hace mucho tiempo, realmente embelesado por lo que estaba viendo. Casi podría decir que era mucha información que tenía que procesar. 

Al contrario de lo que la gente pueda pensar, las calles siempre están limpias (aunque apenas hayan papeleras, siempre puedes encontrarlas en las tiendas de conveniencia o al lado de las máquinas expendedoras) y para nada son agobiantes, el transporte público funciona casi mejor que un reloj nuclear y el orden por lo general es algo muy tenido en cuenta entre la sociedad japonesa.

En cuanto a los japoneses en concreto, como nos pasa a todos, pueden ser algo reacios a abrirse a desconocidos. Eso sí, cuando ya pasan un rato con alguien pueden coger la confianza necesaria como para tratarte de amigos muy cercano, brindar junto a ti e incluso llegan a invitarte a algún plato. 

Y llegamos a uno de los platos fuertes de mi experiencia: la comida. El programa Mirai puso especial énfasis en mostrarnos en cada comida y cada cena algún plato diferente: el okonomiyaki en Hiroshima, la sopa de miso, el ramen en Tokio, las verduras y carnes en tempura o cocinadas al momento en soja hirviendo, el helado de té matcha o, como no, el arroz, que no puede faltar en ninguna comida, siendo un componente fundamental en las dietas niponas, es mucho más sabroso de lo que puede parecer, pudiendo comerse totalmente solo sin necesidad de añadirle otros complementos. Los japoneses pueden comer rápido y en casi cualquier lugar debido a los exigentes horarios de trabajo, pero no por ello descuidan la calidad de la comida o la variedad de la misma. En todas las comidas podíamos encontrar un poco de todo: fuentes de fibra, verduras, carnes y pescado, fruta, …

Y vamos con el último punto de mi experiencia. A mi parecer, uno de los más importantes de la sociedad actual japonesa y que deberíamos tener en cuenta todos los habitantes de este planeta: el pacifismo. Entendí por qué los japoneses apuestan tan fuerte por el pacifismo a raíz de lo que uno de los supervivientes de la bomba atómica de Hiroshima nos pudo contar. 

Me sorprendió mucho que no guardara rencor a EE.UU. y que entendiese que tan salvaje acto fuese algo necesario para hacer caer en la cuenta al Imperio Japonés de que el dios Kamikaze no estaba de su lado, de que esa guerra estaba perdida. Sea como fuere, su mensaje me abrió los ojos y me hizo ver que tal horror y la consecuente doctrina Yoshida es la que seguía marcando la política exterior de Japón, a pesar del empuje de la nueva y ciertamente impopular doctrina Abe, que desea mejorar las capacidades de las “fuerzas de autodefensa” y modificar el artículo 9 de la Constitución que impide a Japón tener un ejército como tal.

En el Monumento de la Paz de Hiroshima, escrito en piedra en tres idiomas, podemos encontrar un bloque que reza lo siguiente: 

“Let  all the souls here rest in peace
For we shall not repeat the evil.”

La guerra es algo que ya no debemos siquiera dejar que se plantee, puesto que como se ha comprobado en todas y cada una de las ocasiones en las que se ha dado, las consecuencias pueden ser inconmensurables.

Todo esto y mucho más fue lo que hizo que en una semana me enamorase aún más de Japón. El programa Mirai ha hecho que Japón haya ganado un amigo más si es posible, que comprende más o menos sus contradicciones, sabe aceptarlas y sabe ser crítico cuando hay que serlo (por ejemplo: echo en falta más conciencia de género entre los japoneses. No obstante, es algo en lo que a día de hoy están tomando cartas en el asunto y poco a poco los posibles huecos entre géneros que pudiéramos observar se van haciendo cada vez más pequeños). 

Nana-san, una de las personas que estaban a nuestro cargo durante toda la experiencia, nos comentó cuando estábamos en el autobús de camino a uno de nuestros destinos que hay una expresión japonesa que le encanta y le gustaría que la tuviésemos en cuenta para el resto de nuestra vida: “Ichi-go ichi-e”, se traduce normalmente como "sólo por esta vez", "nunca más" o "una oportunidad en la vida". Así pues, esta experiencia es una de esas cosas que ocurren solo una vez en la vida con unas personas que solo podré conocer una vez. Queda en mi mano mantenerlos presentes y continuar con nuestra relación.

Una costumbre que me pareció muy curiosa de Japón es que tratan a las cosas como personas. Por ejemplo, al Monte Fuji lo tratan como Señor Fuji o Fuji-san. Así que, tomando esta costumbre… señora Tokio, señor Hiroshima, muchas gracias por dejarme conocerlos un poco más.

 Espero volver a verlos pronto.